Mundo Nuevo - Manuel Zúñiga

"El objetivo de la vida es nacer plenamente. La tragedia consiste en que la mayoría de las personas nace y muere sin haber nacido plenamente". Erick Fromm

13.8.06



El pecado gay

La homosexualidad es algo repudiable, que va contra la naturaleza humana y el sentido común; es juzgado duramente por Dios y su condena es el infierno. Estas ideas son abrazadas por cientos de miles de costarricenses y respaldadas por instituciones religiosas, gubernamentales y familiares. A partir de esta actitud, se desprenden burlas, chistes, agresiones (físicas, psicológicas y legales) y negaciones… Pero los playos se lo buscaron.
Se debe suprimir la existencia de la homosexualidad en la persona; las abominaciones que efectúan no son dignas de considerarse humanas. Ni aunque sean personas brillantes, interesantes, entretenidas, ni por más aportes que hagan a la sociedad; no deben tomarse en cuenta, sus preferencias le quitan mérito (aplicamos restricciones a Sócrates, Alejandro Magno, San Agustín, Miguel Ángel, Leonardo Da Vinci, William Shakespeare, Peter Tchaicovsky, Oscar Wilde, Federico García Lorca, Andy Warhol, Frida Kahlo y John Keynes, entre otros; pero de ahí en adelante, si en su oficina aparece una lesbiana o un homosexual brillante, ¡serrúchele el piso!).
Y es que no puede haber equivocación: hombre con mujer y viceversa, jamás hombre con hombre y mujer con mujer… ¡Se acabaría la humanidad, no habrían nacimientos! Porque es probable que si se permite la homosexualidad abiertamente a la minoría de diez, veinte o equis por ciento de personas que lo son, contagien a los otros forzándolos (mediante alguna telepatía gay) a gustarle las personas del mismo sexo y lograr, con rotundo éxito, la condena de la especie humana.
Las personas que manifiestan su homosexualidad deben evitar exhibirse en público, hablar libremente de ello; jamás mencionar algo en la oficina, so pena de recibir exabruptos y burlas que volverían su estancia laboral en un infierno, si es que no se les aplica una “reestructuración de personal”.
Mucho menos admitirlo frente a la familia o la comunidad. ¿Ser la vergüenza de la familia? ¡Ni hablar! Y, bueno, si se detecta la menor señal de algún hijo en el “playómetro", que se aminore hasta volverlo insignificante, o que le vociferen amenazas que dejen a la tortillera callada, para que no se le ocurra si quiera mencionarlo. O se ocultarán con las demás joyas familiares: el tío violador y el abuelo que se envió al asilo, no sin antes obligarlo a firmar el traspaso de la propiedad. Manténgase íntegro el seno familiar costarricense, del que debe haber pleno orgullo.
Por supuesto que de la puerta de la iglesia (de cualquiera) no pueden pasar. Dios, ese misericordioso Ser que se le ofrece en promoción indulgente al violador y al agresor, no se ofrece al homosexual: aplican restricciones. Ahí sí es castigador; el Antiguo y Nuevo Testamento así lo indican, pues literalmente hay que tomarlos (obviemos el contexto patriarcal en que se escribieron… Por cierto que la interpretación selectiva debiera ser un mandamiento más). Debido a que las iglesias, omnisapientes intérpretes de la voluntad del Creador, no pueden deducir porqué el Señor permite semejante abominación, el homosexual deberá hacer caso ciego al llamado de la Iglesia Católica de abandonar sus impulsos para ser admitidos en el seno eclesial y quizá adquirir su salvación. De por sí, hay que recordar no siempre la iglesia debe creerle a la Ciencia (pregúntenle a Galileo...), la cual señala cada vez con mayores pruebas que el homosexualismo es una constitución biológica de muchos animales, incluido el ser humano… ¡Claro! El ser humano es el único que puede – y debe – reprimir su naturaleza; sigamos el ejemplo de sacerdotes y pastores, modelos de envidiable pulcritud.
Pero la ciencia se desarrolla a pasos agigantados; tal vez dentro de poco encuentren una cura para quitar las preferencias por personas del mismo sexo. Tómese en cuenta que algunos catalogan la tendencia biológica homosexual en el mismo nivel que la que poseen los violadores (una deficiencia cerebral), entonces en el futuro quizá podría extirparse, como un cáncer maligno, sin importar que una induzca a su atormentada víctima a una relación amorosa e inofensiva y la otra, a cometer crímenes.
Entonces a extirpar el mal, a regenerar al homosexual, porque todos son como se los imaginan: un grupo de personas incapaces de tener una relación monógama, estable o duradera; andan viendo a cuál persona se tiran, sin mediar edad, sexo ni preferencias; buscarán la primera manera de aliviar sus impulsos sin respeto alguno. Todos son así; infieles, degenerados, con poco sentido de la moral, con ganas de saciar su perverso antojo. Pero… ¡arriba los “machos”, mujeriegos, inestables y dominantes! No importa el daño que causen a su familia, es mayor el que causa un hijo gay.
Debemos seguir como Dios manda: que las familias destierren al hijo gay si no se endereza, para no verlo más; él escogió serlo y que afronte las consecuencias. Bueno, aunque a veces lo vuelven a ver, en caso que le pase algo y el hijo se muera, para reclamar de lo que le queda, quizá compensación por el bochorno que hicieron pasar al buen nombre familiar. ¡Y que a ese que se decía ser “pareja” de aquél hijo, Dios lo libre de aparecer a la vela, menos a reclamar algo, por más que lo hubieran obtenido juntos durante su relación! Ahí sí es cierto que el papá descarga su hombría sobre ese maricón.
Entonces que se cierren todos los portillos; ya las iglesias cerraron el espiritual, la sociedad el laboral y el familiar… ¡Pero falta el legal! Bueno, ese está cerrado, pero que a nadie en el Poder Legislativo le pase por la mente aprobar una ley que ofrezca un marco jurídico para que parejas del mismo sexo posean potestades parecidas a las de las heterosexuales, como acceso a seguros o cuentas mancomunadas, constituirse como beneficiarios de una herencia, entregar los bienes sucesorios o patrimoniales, o dividirlos justamente en caso de separación. Ese caso que supe, de un muchacho que fue al funeral de su pareja y que, cuando volvió, encontró la casa donde convivían con candado, ¡que sirva de lección!
¡Basta ya de esto! ¡Cerremos los ojos y neguemos que esta gente existe! Que vayan a hacer sus circos y marchas de orgullo gay a otro lado, contaminarán los ojos y oídos de miles de inocentes niños, quienes seguirán su mal ejemplo de manifestar sin miedo el ser auténticos. No permitamos que estas personas obtengan más derechos ni beneficios, ni siquiera el de reconocer su propia naturaleza; que se amarren las bolas y se repriman.
Mientras la ciencia busca una cura, que Dios se vuelva a los planos del Paraíso Terrenal para ver en qué momento el arco iris se le torció, al punto de poner entre nosotros criaturas con chips defectuosos. Hasta que no se defina, que el Todopoderoso nos ilumine para que sepamos cerrar las puertas de nuestro paraíso, para que playos y tortilleras queden fuera… ¡Hágase nuestra voluntad!